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YA ESTÁ AQUÍ LA ESPERADA CUARTA ENTREGA DE "CONSUELO". GRACIAS POR SEGUIRLA!

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martes, 15 de octubre de 2013

CONSUELO [4]: 15. DESTINO FINAL: LA ALMUDENA (4. CAMINO DE LA GLORIA) (© JMPP 2013)


[15]
DESTINO FINAL: LA ALMUDENA
(4. CAMINO DE LA GLORIA)


     Nunca creí que pronunciaría lo que estoy a punto de decir, o mejor de escribir. La entrada de doña Pilar en la iglesia me conmovió, emocionó y hasta enterneció. ¡Sí, lo reconozco! Ya habréis notado que no es una mujer con la que tenga precisamente muchas afinidades personales, pero sé que es una buena persona y que para ella ese momento que estaba viviendo intensamente era uno de los más importantes de su vida. La grandiosidad que acompañaba todo el acto era un poco exagerada, ya lo he dicho más arriba, pero si ella lo quería así y, además se lo podía permitir, nada que decir. Se trataba de su gran día, y también, claro está, el de don Eusebio. Merecían, sin duda, que todo fuera de maravilla. Por cierto, hablando del novio, viéndolo impaciente en el altar tuve la impresión de que estaba un poco acojonado por toda la parafernalia que rodeaba la boda. Un hecho un poco extraño si pensamos que pocos más de los que asistíamos al acto tenía tantas tablas y conocimiento sobre el mundo de los enlaces matrimoniales que él. Está claro que su rol había cambiado des de oficiante a “oficiado”, un detalle nada despreciable. No tenía nada que ver pues, la actitud observada por el novio con la que mantenía doña Pilar. Una mujer que claramente se encontraba como pez en el agua ante los miles de ojos que la contemplaban con curiosidad.
     Volviendo a la llegada de la espectacular novia, lo más impresionante de aquel momento singular, aparte de la blanca figura avanzando lentamente por el mármol blanco y negro, y del llamativo vestido que lucía y que merecerá un comentario aparte, fue oír las notas del Gloria In Excelsis Deo de Vivaldi que salían del interior de los diecinueve mil tubos que forman el extraordinario órgano de la catedral. Una preciosa pieza clásica religiosa interpretada magistralmente por el maestro organista. Sí, realmente mi consuegra, enfundada en un vestido blanco majestuoso y escoltada por la grandeza de la obra del compositor italiano, parecía dirigirse, arrastrando una cola casi tan larga como la misma catedral, no a encontrarse con su amado que la esperaba embelesado en el altar, sino a la mismísima puerta de la Gloria con toda la Corte Celestial esperando para hacerle los merecidos honores.
     Dejadme hablar un poquito del vestido que lucía doña Pilar. He dado ya alguna pincelada, pero básicamente quiero destacar la espectacularidad de la cola y el milagro que provocó en la figura de la consuegra. Realmente no parecía ella o, mejor dicho, su cuerpo mal formado. Seguramente que la magnífica, y magnánima, faja que llevaba debajo había hecho posible que su celulitis abundante se distribuyera de forma más favorable para la sanidad de la vista del espectador que contemplaba su llegada señorial. También quiero dejar constancia de la pérdida de algunos kilos por parte de la novia a causa del intenso trasiego que preparar un acto como éste provoca, generalmente. Otra cosa muy distinta es después de la boda que, como muy bien sabemos todas, los kilos vuelven con grandes intereses.
     Y finalmente quiero hablar de la cola del traje para destacar la espectacularidad en el bordado con pedrería, así como en la dimensión. Por un momento me pareció ver, sólo en lo que respecta a esta parte del vestido, claro, la larga cola que lucía Lady Di en el día de su boda principesca con el orejudo hijo de la Reina Isabel. También tenía mucho que ver con la que, en la misma catedral en la que nos encontrábamos, lució brillantemente la princesa Letizia. Por cierto, la princesa española arrastró nada menos que ocho metros de tela y doña Pilar, chula de Madrid como es, nueve. ¡Admirable!
     Hablando de arrastrar. Ya habréis notado que hablo de dos casos principescos y de dos personas que entonces eran jóvenes. Este no es el caso de mi consuegra. Una mujer que, a pesar de que dice tener poco más de cincuenta años, realmente debe estar rondando los sesenta. Por otra parte, su forma física no es precisamente admirable. ¿Por qué digo esto? Pues porque lo que nadie se esperaba, ni yo tampoco, sucedió cuando llevaba recorridos aproximadamente la mitad de los cien metros de la Catedral. Un momento crítico en el cual empezaron a faltarle las fuerzas hasta el punto que no pudo hacer frente al peso propio y al abundantemente añadido.
     Ante la triste imagen de impotencia física que estaba ofreciendo la novia, su amado, en un acto de caballerosidad extrema, dejó su lugar en el altar y se dirigió presto a socorrerla ante un hecho tan frustrante como debe ser encontrarse muy cerca del altar y que te falten las fuerzas. Una escena que emocionó a la concurrencia y que hasta levantó algún "oh" de admiración entre el notable público que teníamos cerca. Temí, quizás en un abuso de imaginación, lo reconozco, que el gentil novio pretendiera tomarla en brazos, bajita y rechoncha como es, protagonizando la típica imagen del momento de la llegada al nido de amor, en un forzado adelanto para el público asistente. Pero no fue así, afortunadamente para todos, empezando por el propio don Eusebio y para su lumbago. El ex cura se limitó, que no es poco, a tomar el exceso de cola entre las manos y liberar a doña Pilar de aquel peso sobrante, nunca mejor dicho. Juraría que también le dio algún cariñoso empujoncito.
     La llegada al altar, pues, estuvo presidida por los jadeos de una mujer doblemente emocionada. En primer lugar, porque estaba a punto de iniciarse un acto solemne que sólo había vivido una vez en su vida y que seguramente no se repetiría si no se volvía a quedar viuda, cosa que nadie deseaba. Por otra parte, se sentía muy feliz porque acababa de constatar, una vez más, la grandeza del hombre al que había entregado su corazón. Si necesitaba alguna prueba más del amor de don Eusebio por ella, acababa de tener la definitiva y, además, con un recinto lleno de almas emocionadas y conmovidas, interpretando el papel de testimonios de lujo. ¿Qué más se puede pedir para empezar un acto de unión solemne entre dos personas flechadas por Cupido?




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