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UN BANQUETE DE MUSEO
(1.CITA EN EL RITZ)
Enfundada en un nuevo vestido y
con la herida de la cabeza dignamente adecentada y disimulada por el cabello,
recorrimos los prácticamente dos kilómetros que separan el hotel Atlántico del
hotel elegido para el convite, ni más ni menos que el Ritz, sentados en un taxi
con un chofer que no dijo esta boca es mía hasta el momento de cobrar el caro
servicio. No será necesario que os defina qué tipo de establecimiento hotelero
eligió la novia para satisfacer unos invitados acostumbrados a las cinco
estrellas, como mínimo. No es mi caso, aunque Benito ya me estaba empezando a
llevar por mal camino. ¡Es tan fácil acostumbrarse al lujo!
El famoso hotel Ritz de Madrid, ordenado
construir por el rey Alfonso XIII e inaugurado por él mismo en 1910, me pareció
simplemente espectacular. Un gran edificio que ha envejecido de forma digna y
que está al lado de dos famosos museos, el Prado y el Thyssen Bornemisza. No
soy mucho de ir a museos, pero no me habría sabido nada mal hacer una visita a
esos dos santuarios de la cultura mundial. Quizá en otra ocasión tendremos la
oportunidad de volver a visitar Madrid con algo más de calma. ¡Sí, sobre todo
calma! Por otra parte, aquel establecimiento hotelero magistralmente elegido
por mi consuegra de alguna forma podría considerarse como una especie de museo,
aunque sea gracias a los notables huéspedes que a lo largo de su centenaria
historia se han "expuesto" en él. Hablo de personajes como Ernest
Hemingway, Gracia de Mónaco y su Príncipe Rainiero, en su luna de miel
principesca, o el glamour personificado de la grandísima Ava Gardner, entre
muchísima otra gente. Sin olvidarnos del mismísimo rey Alfonso XIII que celebró
allí el banquete de su pomposa boda con Victoria Eugenia de Battenberg.
Bueno, vamos por el tema principal
de un convite, que no es otra cosa que los gustosos platos que se sirvieron en
aquel local lleno de lujo incluso en los inodoros. Un establecimiento hotelero
de primera categoría mundial lleno de glamour, pero también de algo de
naftalina, que, en algún momento me pareció un poco excesivo. Pero, de hecho,
¿qué no estaba resultando excesivo en la boda de mi consuegra?
No os avasallaré con el
repertorio de delicias que fueron circulando por nuestras mesas después de un
picoteo fantástico en los jardines del hotel, más que nada para no daros
envidia. Sólo quiero destacar las inolvidables "Vieiras frescas a la parrilla sobre crema ligera de guisantes y nieve
de Idiazabal " o el inigualable “Maigret de pato y su confit con salsa de naranja amarga y patata delfín”.
Sí, el buen recuerdo de estos platos después
de probarlos es tan duradero como la longitud del “creativo” nombre que los
designa con precisión.
De los compañeros de banquete os
diré que había una representación de las fuerzas vivas, y de algunas medio
moribundas, del Madrid más casposo, junto a personajes de la progresía, pocos,
y del mundo de la cultura. No todos los personajes notables que asistieron al
enlace eclesiástico se personaron en el banquete. Este era el caso de la
alcaldesa de la capital, que parece ser que tenía una inoportuna conferencia,
afortunadamente en castellano. Por suerte, sin embargo, sí que asistió su
marido. No os lo vais a creer, pero me correspondió sentarme a su lado. ¿Casualidad
afortunada? ¡No! Se lo pedí encarecidamente a mi consuegra y no me falló.
-Este “maigret” está delicioso, señora...
-Consuelo, señor José Marí...
-¡Veo que me ha reconocido!
-Es usted inconfundible, aunque se haya afeitado su famoso bigote.
-¡Ja ja ja! Me lo saqué porque me lo pidió Ana. Yo siempre que puedo hago
caso de mi mujer, y de las mujeres en general. Recordará que en mi gobierno
tenían un peso muy importante sin ser tan “progresista” como el señor que me
sucedió en el cargo. Mucho hablar, pero la gran mayoría de sus ministros eran
hombres feos y con pantalones…¡y encima ineptos! ¡Ja ja ja!
-Por cierto, ¿Cómo se le da bailar, José Marí?
-¿Y a qué viene esto ahora? ¡Ja ja ja! ¡Es usted sorprendente, señora mía!
¡Me alegra que me haga esta pregunta! Pues mire usted, creo que bailar se me da
incluso mejor que gobernar. ¡Ja ja ja!
-No sé cómo tomarme la respuesta…
-España iba bien y mis dotes para el baile, ¡mejor aún! ¡Ja ja ja!
-¡Fantástico! Pero yo soy como santo Tomás…
-Veremos, veremos…Se va a quedar usted pasmada…
-¿Y cómo se le dan los agarraos?
-¿En la política o en el baile? ¡Ja ja ja!
-En el baile… En política recuerdo perfectamente como agarraba usted a sus
contrincantes, e incluso a algún amigo, y los devoraba.
-¡Ja ja ja! Haga como yo, señora Consuelo. No se meta nunca en política.
Está llena de víboras y algunas dentro de tu propio nido…
-Por cierto, tengo una duda casi existencial, señor José Marí. ¿Quién es el
profesor de inglés de su mujer? ¿No será usted?
La conversación iba la mar de
bien hasta que se me ocurrió hacer esa pregunta absolutamente inoportuna e
incluso temeraria a un hombre muy orgulloso y pagado de sí mismo. No me
respondió. Se limitó a soltarme una mirada matadora mientras sonreía ostensiblemente,
pero más para liberar tensión que porque le hubiera gustado la broma. Mi
ilusión morbosa de bailar con aquella figura, llena de algunas luces, sombras y
muchas oscuridades, de la política española de finales del siglo XX e inicios del
XXI estaba tambaleándose como el buen champagne francés que contenía su copa
mientras intentaba apagar el fuego interior que le había provocado, sacando a
relucir el penoso papel, al menos lingüístico, de su mujer en la presentación
de la candidatura de Madrid a unas olimpiadas.
¿Y los novios? Pues la verdad es
que se les veía anímicamente recuperados allí sentados en la lustrosa y florida
mesa presidencial. Daba la impresión que las vieiras, el Maigret o quizás la "Zarzuela de tomates en texturas"
bien regados por un Moët & Chandon Brut Impérial estaban haciendo posible
que doña Pilar y don Eusebio volvieran a sonreír. ¿O quizás se habían entonado
viendo el cariño popular de un público amigo, agradecido por el esfuerzo de una
pareja que se había vaciado para hacer las cosas bien, aunque la suerte no les
había sonreído hasta ese momento?
Ciertamente, parecía que las
cosas estaban yendo por donde debían haber ido desde el principio. Exacto:
"parecía", ya que a la hora de los postres no sólo llegó un precioso
y seguramente delicioso "Pastel de
azafrán sobre biscocho de chocolate amargo" sino que también se
presentaron unos visitantes inesperados, con un silbato en la boca emitiendo un
desagradable y ensordecedor sonido, enarbolando unas horrorosas y gigantes
pancartas pidiendo recuperar no sé qué puesto de trabajo en no sé qué fábrica
de Torrelodones. Lo más lamentable de todo, sin duda, es que se acabaron comiendo
el pastel entre todos ellos y los invitados nos quedamos a dos velas. ¿Qué queréis
que os diga? ¡Incluso yo empecé a deprimirme! Y es que el precioso pastel que
se esfumó ante nuestros ojos desesperados tenía una pinta maravillosa. Fue un
acto de crueldad gastronómica extrema.
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