DESTINO FINAL: LA ALMUDENA
(6. CAOS TOTAL)
Como pudisteis leer en el
episodio anterior, la situación en el Altar Mayor de la catedral llegó a un
punto que aparentemente parecía de no retorno. De momento ya teníamos dos ex-curas
y una novia desesperada. Una situación que parecía propia de un vodevil. Pero
lejos de ser una pieza teatral más o menos afortunada -más bien poco-, era la
pura realidad que ahogaba las esperanzas de un hombre y de una mujer que habían
depositado todas sus ilusiones en ese momento que debía ser único e irrepetible
y que lo terminó siendo, pero no positivamente, sino casi de forma tragicómica.
En la cara de doña Pilar se leía
un rosario de sentimientos con un denominador común: la desesperación. También
se detectaba claramente un sentimiento que nunca había visto reflejado en su
redonda cara, casi siempre risueña. Doña Pilar sentía un profundo y nada
cristiano odio hasta el punto de que no quiero imaginar que hubiera podido
llegar a hacer si hubiera tenido una pistola a su alcance. La violencia,
afortunadamente, la focalizó en el uso de la palabra contra el verdugo de su
boda.
-La escena que usted y esa furcia con bombo acaban de representar en este
sagrado recinto, Manuel, es pornografía pura. Me avergüenzo de haber sido un
día amiga suya y sólo le pido a Dios que toda la fuerza de su rayo exterminador
caiga sobre usted y sobre la ramera que le ha separado del camino del sagrado
sacerdocio y ha engendrado un hijo suyo bastardo. Seguro que en el infierno
habrá un buen lugar para ustedes y sus lascivos y pecaminosos comportamientos.
Después de estas palabras
gravísimas con aires de maldición bíblica, que resonaron por toda la iglesia a
través de la megafonía, ya que la mujer tenía ante sí el micrófono con el que,
si todo hubiera seguido la liturgia prevista, debía pronunciar un vulgar y
simple "sí quiero", el silencio general se vio roto cuando otro
espontáneo salió de entre el público a tomar un papel protagonista nada
despreciable. Alguien comentó cerca de mí, y con mucho acierto, que con tanto
espontáneo la Almudena parecía las Ventas en una tarde de toros.
Intuí de inmediato cuáles eran
las intenciones de aquel hombre joven cuando me di cuenta de que iba vestido de
cura. Sí, se ofreció como recambio del sacerdote que había causado baja
voluntaria, con un atrevimiento y una energía que encandiló a todos. Incluso a
una doña Pilar que recuperó una cierta calma después de su discurso profético
devastador.
-Me ofrezco voluntario a continuar con la administración del sagrado
sacramento, si los contrayentes no presentan ninguna objeción.
-¡Eres muy joven, hijo! ¿Tienes experiencia en bodas?
-¡Pues no, señora Pilar! ¡Ni en propias, ni en ajenas! Pero aprendo rápido
y seguro que don Eusebio me echará una mano si es necesario.
-¿Y cómo sé yo que no eres un actorzuelo de segunda? Con el día que
llevamos ya no me fío ni de mi sombra.
-Don Manuel me conoce del seminario. En el último curso fue mi profesor de
Doctrina y Moral (3).
-¿Este impresentable e inmoral fue tu profesor en el seminario? ¿Y de
moral, precisamente? ¡Estamos arreglados! Por cierto, ¿no tendrás novia,
querida o algún hijo bastardo por ahí?
-¡Señora! ¡La duda ofende! Yo respeto todos los votos. Me debo solamente a
dios y a mi ministerio eclesiástico.
-¡Pues ala, cásanos y acabemos con esto! La faja me está ahogando y la
mitad del público se ha ido a fumar a la puerta. Esto no es una boda, es una
ruina.
Realmente, la aparición de aquel joven con sotana y con aires alegres,
pero convincentes y convencidos, pareció obrar el milagro que todo el mundo
ansiaba. Sólo pedíamos que la celebración terminara llegando a buen puerto, a
pesar de las tormentas que la habían castigado en un duro trayecto hasta ese
momento.
Con el recambio, o mejor dicho,
suplente de don Manuel enfundado en el hábito adecuado para continuar la
administración del sacramento se reanudó la boda sin más novedad. Bien,
imaginar que aquella boda teñida de auténtico caos pasaría a ser a partir de
ese momento una balsa de aceite quizás sería ser demasiado ilusa. Y es que a la
hora de la entrega de los anillos, los encargados de tan alta e importante
misión no estuvieron por la labor. Resulta que mi hija los hartó en el "intermedio"
de la boda con dos grandes biberones ya que se había hecho muy tarde y se
encontraban acuciados por el hambre. Con ese buen alimento en el estómago les
entró un sueño gigante que ni los intentos desesperados de su madre logró
evitar.
Costó Dios y ayuda encontrar quien
se ofreciera a tomar el papel protagonista por unos momentos en ese escenario
que parecía maldito. Finalmente, ante la negativa de otras criaturas, y de no
tan criaturas, Benito tomó la iniciativa y me propuso que fuéramos nosotros
quienes lleváramos los anillos a aquella pareja tocada, ahora ya estaba más que
claro, por algún gafe.
La verdad es que la idea de mi
amado no me entusiasmó, pero acabé aceptando porque sentía auténtica lástima
por ese par de enamorados que estaban teniendo una boda inolvidable, o mejor
para olvidar. Vistas las consecuencias del gesto al que estuve invitada, no hay
duda de que fue un error ya que, lo que debía ser una solución terminó siendo
un nuevo grave inconveniente para la boda. Un nuevo trastorno que llegó de mi
mano. Un hecho que, como podéis imaginar, siento profundamente.
Si habéis participado nunca en
una boda sabréis que se vive una gran tensión que pasa factura físicamente. Por
otra parte, recordaréis el episodio en la Plaza de Oriente de esa misma mañana.
Un desmayo inesperado que me llevó a probar la dureza de las Plazas de la
capital de España. Pues ahora, en plena entrega de los anillos a los novios,
volví a perder el conocimiento y dimití finalmente de seguir participando en un
acto que ya estaba rozando la tragedia. Y es que esta vez la situación fue más
dramática que la que había vivido por la mañana. El impacto de mi cabeza contra
los escalones que rodean el Altar Mayor me provocó una grave herida que inundó
el sagrado recinto del rojo intenso de mi sangre. La verdad es que tuve
bastante fortuna porque habría podido dejar la vida en la Catedral de la
Almudena. ¡Ya habría sido totalmente insuperable!
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