MATARÓ
(3. EL ACCIDENTE)
Detrás de la imagen de hombre alegre, mi padrastro esconde una realidad muy distinta a la que da a entender su aspecto y su carácter dicharachero. Manuel, según hemos podido saber a partir de una conversación franca en la sobremesa, ha vivido un drama familiar no demasiado alejado del mío.
-Es imposible asumir que una vida joven que debería estar llena de ilusión
y de alegría de vivir se dañe a si misma hasta llegar a la destrucción total.
Te sientes tan impotente cuando intentas ayudarles y todo resulta inútil.
Parece que han elegido que aquél ha de ser su final y tú, por mucho que sufras
y te esfuerces, finalmente no puedes hacer nada. Es un drama familiar y
personal totalmente indigerible.
-¡Es exactamente así, Manuel! Mi hijo decidió que no quería vivir más y
no hubo nada que hacer. Cuando uno toma esta decisión firme es muy complicado
evitar que acabe sacándose la vida tarde o temprano. Es muy difícil hacerles
recuperar la ilusión de vivir. Al menos yo no fui capaz...
-Mi hija cayó muy jovencita en el mundo de las drogas y la adicción terminó
llevando su vida al descontrol, al caos y finalmente a la muerte por sobredosis
en la casa de un "amigo" que le suministraba esa mierda. Vivir enganchado
a estas nefastas sustancias conlleva una especie de suicidio lento y muy
doloroso. El problema añadido es que su actitud totalmente enloquecida e
irresponsable comportó otra desgracia familiar. Mi mujer se enfermó gravemente
como consecuencia del desastre en el seno de la familia que representó toda la
decadencia dolorosa y finalmente la muerte de Marta. Su madre nunca pudo
superar el lamentable final de su “pequeña” y entró en una profunda depresión y
en un abandono que la condujo también a la muerte poco tiempo después de
nuestra hija.
-¡Oh, Manuel! ¡Qué terrible historia la tuya! Los dos compartimos la
durísima experiencia de la muerte, en circunstancias muy dolorosas, de los
seres queridos más cercanos.
-Sí, tu madre me ha puesto al corriente de tu caso. No sé cuál es peor,
pero sí sé que hemos pasado por unos malos tragos durísimos que, sin embargo, no
han logrado doblegarnos y que seguimos y seguiremos adelante luchando por ser
felices. Todos, algunos más que otros, somos como una especie de héroes de esta
terrible guerra que se llama vida, estoy convencido. Yo cada día, cuando me
levanto, doy gracias por poder ver un nuevo amanecer y me conjuro para
encontrar, a pesar de todo, espacio para la felicidad en medio de las bombas
que caen cuando menos te lo esperas. Por ello, a pesar de la pena, me apunté al
curso de baile que tantas alegrías me ha dado, y no hablo sólo en la pista. ¡Tú
ya me entiendes!
-Sí, Manuel. Esta debe ser la actitud. Debemos intentar sobreponernos al
destino y no dejar que se nos lleve también por delante. Debemos poner muy cara
nuestra piel al enemigo, usando también términos bélicos. El esfuerzo por ser
felices y compartir nuestra alegría con los seres queridos, que también sufren
su propia guerra diaria, no debe tener fisuras. Es lo que yo llamo una mirada a
la inmensidad de nuestra vida.
-¡Me gusta esta nueva hija que tengo! ¡Ja ja ja!
-¡Pues yo estoy encantada con el General de Brigada, y padrastro, Manuel! ¡Ja
ja ja!
-¡Ja ja ja! Está claro que la hijastra Teniente Coronel Consuelo ha salido
a su padrastro... ¡Ja ja ja!
Ciertamente me sorprendió la
sobrecogedora historia de Manuel. Pero sobre todo me satisfizo conocer que se
había sobrepuesto a una situación tan dura. O que al menos lo estaba intentando
con todas sus fuerzas. Una actitud loable que me hizo plantear si yo también
estaba consiguiendo superar mi drama personal. La respuesta fue contundente. No,
no la he superado todavía porque está presente continuamente en mi vida. Como
ahora mismo en este escrito. Seguramente que estas cosas nunca se pueden
superar del todo, pero sí se pueden llevar con dignidad, sobre todo si a tu
lado tienes gente extraordinaria que te ofrece la mano y te ayuda a salir
adelante. Cada día de mi vida pienso en mi Pablo y en mi Juan, pero eso no me
hace olvidar que tengo la obligación contraída con ellos, pero sobre todo
conmigo misma, de tener una vida digna y de hacer felices a mis seres más
cercanos. No debo ser nunca una carga para ellos, sino que tengo que ser fuente
de alegría, dentro de mis posibilidades. ¡En eso estamos!
Después de una comida, de una
sobremesa y de una jornada, en fin, marcada por la cordialidad, el buen humor y
la alegría, a pesar de todo lo que llevamos acumulado en la mochila personal,
Manuel y mi madre excusaron su marcha un poco prematura del feliz encuentro
familiar porque tenían una cita con el Liceo de la Música de Barcelona. Manuel
es socio de la entidad y mi madre, aunque no es muy aficionada a la ópera y a
la música en general, gracias a él se ha hecho una habitual del palco. Esta vez,
sin embargo, por desgracia, el Don
Giovanni de Mozart se tuvo que representar sin su presencia. Un aparatoso accidente
a pocos metros de nuestra casa fue el lamentable causante.
Benito y yo nos acabábamos de
sentar en el sofá después de despedir a la pareja, cuando oímos un escandaloso
y muy preocupante ruido que provenía de la calle. Salí corriendo al balcón de
la torre y pude contemplar una imagen terrible que hizo reaparecer los peores
fantasmas del pasado. Lo resumiré diciendo que el bonito 124 de mi padrastro
estaba hecho un acordeón adherido a un todoterreno que apenas tenía señales del
impacto. Como podéis imaginar, Benito y yo salimos despavoridos hacia el lugar
del accidente, sólo a unos metros de la puerta de entrada de la casa.
Cuando llegamos, vimos que el
conductor del jeep había retirado su vehículo y que estaba intentando
desesperadamente abrir, sin fortuna, la puerta del 124 para liberar a los
pasajeros ya que estaba saliendo mucho humo de lo que quedaba del motor del
coche. Parecía inminente que aquella reliquia automovilística se incendiara y
la desgracia fuera, por lo tanto, inconmensurable. Era necesario sacar a mi
madre y a Manuel del interior, del modo que fuera. Afortunadamente, la dureza
del coche había evitado que tuvieran, aparentemente daños importantes, pero la
estructura del 124 estaba tan dañada que no había manera de salir del interior
si no se hacía a través de las aberturas de los cristales. Finalmente, con
nuestra ayuda, fue posible evacuar el vehículo poco antes de que las llamas
iniciadas en el motor se esparcieran por el resto del coche. En pocos segundos
empezó a arder la "joya" sobre ruedas de Manuel y mi madre. Un
espectáculo muy impactante que se veía compensado con creces por la
tranquilidad de ver que el único damnificado grave del accidente había sido el coche.
La angustia que nos había creado la incertidumbre sobre el estado de la pareja,
sin embargo, aún seguía presente en nuestro ánimo, sobre todo cuando pensábamos
que habíamos estado tan cerca de la tragedia familiar.
Manuel estaba en peores
condiciones que mamá ya que tenía claramente un brazo herido. Nada importante,
sin embargo, teniendo en cuenta el gran peligro del que habían huido por poco.
A pesar de encontrarse maltrecho y con el inevitable susto en el cuerpo no
perdió la oportunidad de darnos una lección magistral de resistencia mental y
valentía ante los duros embates de la vida, aprovechando la imagen de su reliquia
llameante.
-Aquí tienes un ejemplo claro de lo que te explicaba, estimada Consuelo.
Esta vez la bomba ha caído muy cerca. Se ha llevado por delante mi querido
coche, pero lo más importante es que tu madre y yo seguimos en la lucha. ¡Y con
fuerza renovada!
No hay comentarios:
Publicar un comentario