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UNA VISITA ILUSTRE
(1.LA PATERNIDAD)
Coincidiendo con la afortunada
salida del hospital hemos recibido una visita ilustre y totalmente inesperada.
Estoy segura de que os llenará de placer y satisfacción saber que Benito, el
proyecto de personita que llevo en la barriga y yo misma hemos sido honrados
con la presencia de una madrileña ilustre, como quedó más que demostrado en sus
accidentadas nupcias. Sí, exacto, hablo de la ínclita y nunca suficientemente
bien valorada consuegra doña Pilar, acompañada, claro, por el no menos
estimable, aunque mucho más discreto, don Eusebio.
Sinceramente os digo que he
tenido una gran alegría cuando los he visto entrar por la puerta, acompañados
de un portero ocasional que aún mostraba más sorpresa que yo misma. Me ha hecho
una ilusión especial que, en unos momentos de fuerte zozobra y recién llegados
a casa después de unas jornadas complicadas, hayamos recibido la amable visita
de unas personas que, por encima de las lógicas diferencias en la manera de
enfocar la vida, tienen una gran categoría humana.
Don Eusebio y doña Pilar
desconocían, como toda mi familia, los problemas que me habían llevado
urgentemente hasta el hospital. ¿Por qué preocupar inútilmente a los seres
queridos? Todo el mundo tiene sus problemas y no es necesario que, encima, les bombardeemos
con los nuestros, sobre todo si tampoco pueden hacer nada. Una vez encarrilada
la situación, sin embargo, no me pareció mal de contarles de dónde veníamos y
qué nos había llevado hasta allí. Doña Pilar, nos hizo saber, a partir de mi
relato de los hechos, de una situación vivida por ella que desconocíamos y que
nos impactó de forma grande, seguramente que sensibilizados por el hecho de tener
una criatura formándose en mi interior.
-Dios quiera que el hijo que llevas en las entrañas crezca sano dentro de
ti y nazca sin ningún tipo de problemas. Rezaré mucho por vosotros, Consuelo.
Yo también soy madre y he sufrido lo mío, sobre todo con el pobrecito Jesús.
Nació muerto, mi angelito. Yo era una jovencita de vente años y habría sido
nuestro primer hijo, pero el gozo se fue todo al pozo. Nunca mejor dicho porque
caí en un abismo muy profundo de dolor que sólo gracias a mi fe pude superar.
Entendí que si Dios se lo había llevado con Él de forma tan prematura sería
porque tenía una misión especial para mi hijito en el cielo.
-¡Qué terrible experiencia, querida Pilar!
-¡Terrible es poco! El dolor dentro de ti es muy profundo porque sientes
como se va desmoronando todo el mundo que habías imaginado durante los nueve
meses de embarazo. Todos los fuertes sentimientos de amor por ese ser que está
creciendo en tu interior toman forma de puñales cuando descubres que ninguno de
tus sueños se hará realidad. Con el corazón acribillado por el dolor, sientes
que también tú has muerto con tu hijo. La gente cree que estás viva porque te
ven respirar y no comprende que simplemente eres una muerta en vida. Tu
existencia se ha ido con aquél pequeño ser por el que lloras desconsoladamente
y que nunca tendrás entre los brazos.
Doña Pilar me conmovió profundamente
con aquellas palabras tan impresionantes. Vi ante mí a un ser humano que, con
lágrimas en los ojos, rememoraba momentos durísimos de su vida. Ante la
evidencia de que todos los presentes estábamos emocionados y sobrecogidos por
sus recuerdos de una maternidad frustrada, creí conveniente hacer un viraje
total de la conversación y le pregunté por el tema de la adopción que tenían
previsto. Un auténtico acierto porque, como por arte de magia, mis palabras
consiguieron desterrar la tristeza de sus ojos y cambiarla por la ilusión propia
de los padres-abuelos. O dicho de otra manera, de la alegría que nace en quien,
teniendo más edad de abuelo que de padre, se plantea la paternidad como un
servicio temporal de entrega a personas desafortunadas en busca de una
oportunidad. Doña Pilar es consciente de que su recorrido vital no es el de una
jovencita y encara esta adopción como el último servicio a una vida que, a
pesar de todo, no ha sido desafortunada para ella.
-Tenemos una ilusión bárbara puesta en nuestra paternidad, pero también
somos conscientes que nuestra edad es la que es y acompañaremos a nuestro hijo
o hija en un importante momento de su vida, pero tenemos que enseñarle a pescar
más que darle peces, al menos a partir de cierta edad, porque nuestros años a
su lado son limitados.
-Eso es lo que justamente tendrían que hacer todos los padres, pero a
menudo les llenan los bolsillos de peces, para seguir con tu ejemplo, porque es
más sencillo dar que enseñar. Para enseñar se necesita tiempo, esfuerzo y
conocimiento. Estoy convencida de que seréis unos padres maravillosos. Sólo hay
que ver cómo ha salido mi yerno, Andrés, para saber que harás, haréis, una
labor extraordinaria con la persona afortunada que llegará a vuestra familia. A
ver si se hace cura como su padre. ¡Ja ja ja!
-Oh, me encantaría. Siempre quise tener un hijo cura. ¡Dios lo quiera! Voy
a rezar para que tenga devoción, pero no le voy a forzar de ningún modo.
-Tampoco sería tan extraño pensando que su padre era cura hasta hace dos
días y su madre es medio monja, ¡Ja ja ja!
-Ahora te has pasado conmigo, Consuelito, ¡cómo siempre! ¡Ja ja ja!
GIUSEPMARIA@HOTMAIL.COM
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