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UNA VISITA ILUSTRE
(3.EL TERREMOTO)
Quizás estéis alarmadas por el subtítulo
del episodio. ¡No es para menos! Estoy convencida que estaríais más impresionadas
si hubierais pasado el mal rato que vivimos conjuntamente con mi consuegra y su
marido. ¿Qué os podíais esperar del encuentro entre dos mujeres con una mala
suerte casi mítica, como mi consuegra y yo? Soy consciente de que en esta vida
me puede pasar cualquier cosa, como a todo el mundo, pero vivir en mis carnes
un terremoto era lo último que podía sospechar. Vamos al grano, si os interesa.
Después de una jornada muy grata
al lado de nuestros consuegros, acordamos que pasaran la noche en casa. Ellos
pretendían ir a dormir a Barcelona, ya que al día siguiente querían rendir
visita, y homenaje, al inigualable templo de la Sagrada Familia de Gaudí, pero
los convencimos que se quedaran a dormir con nosotros. Les dimos una magnífica
habitación con vistas al hermoso y florido Centro de Deportes Laietània. Creo
que estuvieron muy contentos con nuestro ofrecimiento. Bien, contentos al menos
durante un rato. Pero, ¿quién se podía
imaginar que a media noche, sobre las tres de la madrugada, temblaría nuestra
gran casa como si alguien la hubiera metido dentro de una inmensa coctelera?
Afortunadamente, los invitados no padecieron ningún daño físico. Confieso que
si lo hubieran sufrido me habría entristecido profundamente por el hecho de
haber cambiado fatalmente sus planes.
Seguramente que la mayoría de
las que estáis leyendo mis aventuras vitales -si, "aventuras" es una
palabra muy adecuada para hablar de mi vida- no sabréis que se siente cuando
todo tu mundo se tambalea, y no hablo en sentido figurado, que de esto no se
escapa casi nadie. Qué experiencia más terrible cuando notas que el suelo sobre
el que pisas, o la cama en lo que estás descansando, recibe sacudidas de
diversa magnitud; cuando ves que el jarrón con flores de la mesita cae al suelo
y se rompe en mil pedazos mientras se esparce toda el agua y las flores; cuando
ves que los cuadros de la pared bailan como si una mano invisible los estuviera
meciendo; cuando oyes que los invitados comienzan a gritar asustados y tu
consuegra se presenta en tu habitación, vestida con un pijama de seda rosa y,
como enloquecida, te dice que qué tipo de casa tienes y que se está derrumbando
y que moriremos todos debajo de los escombros. Sí, podéis imaginar que todo se
hace muy difícil de afrontar con tranquilidad. Como sí una no tuviera
suficiente inquietud ante aquel espectáculo preocupante al que se ha visto
obligada a participar, encima ver a la familia aterrorizada no ayuda
precisamente a calmarse y a pensar fríamente .
Tampoco el resto de habitantes
habituales y casuales de la casa estaban muy tranquilos, ni mucho menos. Benito
no había visto, ni vivido, como yo misma, nunca un hecho como este y se puso
enormemente nervioso. Y es que en un primer momento pensamos que los
movimientos extraños eran generados por la propia vivienda y nos temimos lo
peor. Por esta razón, la primera idea fue abandonar urgentemente la casa, pero
cuando estábamos a punto de cruzar la puerta, el particular barman dejó de
agitar la coctelera y todo volvió a una calma extraña, inesperada, que nos dejó
tan sorprendidos como temerosos de que aquella mano invisible que había
sacudido la casa volviera a hacerlo caprichosamente en cualquier otro momento.
En el exterior
del chalet, descubrimos como todo el vecindario, como nosotros, vivía con mucha
inquietud el extraño suceso. La oscuridad de la noche estaba inundada de luces
provenientes de las casas. Cosa nada habitual a esas horas de la madrugada, y
que delataba claramente que nuestro caso no era singular, sino que estábamos,
evidentemente, ante un terremoto, aunque de una escala reducida porque más allá
de algún pequeño desperfecto o de algún jarrón roto, no se podía hablar, aparentemente
de daños considerables.
Después de charlar con algunos
de los vecinos más alarmados e inquietos, todos con batín, por cierto, con la
intención de someternos entre todos a una especie de terapia anti-ansiedad, sin
demasiada fortuna, dicho sea de paso, los cuatro pretendimos recuperar una
cierta normalidad que claramente resultaba imposible de encontrar. A las cinco
de la madrugada pasadas y después de todo lo que habíamos vivido, ¿quién podía
rehacer el hilo del sueño que la sacudida inesperada había cortado? ¡Pues don
Eusebio! Sí, el ex-cura, un hombre, todo hay que decirlo, muy tranquilo y
reflexivo, se quedó dormido como un bebé de pecho mientras estábamos todos con
una infusión en la mano, sentados en la sala de estar y explicando las
sensaciones vividas en aquella noche inolvidable.
-¡Ha sido impresionante y aterrador, querida Consuelo!
-¿Me lo dices o me lo cuentas?
-¡Te lo digo y te lo cuento! Me he caído de la cama. ¡Suerte de la
alfombra! No te lo creerás, pero al principio creía que estaba en un sueño,
pero de golpe y porrazo, nunca mejor dicho, me he visto en el suelo y no
entendía que hacia allí. He notado que todo se movía, menos don Eusebio que
seguía roncando como si nada. Entonces se ha caído el televisor por los suelos
y con su estruendo mi marido ha abierto los ojos y con voz alarmada me ha
llamado. Él creía que estaba solo. Mientras, todo se movía y yo he empezado a
rezar como una desesperada. Creía que estaba llegando el fin del mundo, o al
menos el mío. A medio Padrenuestro, don Eusebio se ha levantado de la cama y me
ha ayudado a ponerme en pie. En ese momento hemos visto claro que teníamos que
huir antes que la casa se fuera toda abajo.
-¡Qué mal rato hemos pasado, si señora! Ahora recemos para que no vuelva a
ocurrir algo parecido. Es muy duro comprobar que el suelo que te sostiene no es
tan sólido ni inamovible como una creía. A veces nos olvidamos que bajo
nuestros pies hay un mundo vivo que de vez en cuando nos recuerda que está ahí.
Afortunadamente, aquí no se suelen vivir desgracias producidas por terremotos,
pero hay zonas muy peligrosas, como el mismo Japón donde las construcciones son
anti-terremotos, sobre todo en las ciudades.
-¡Tienes muchísima razón, consuegrita! La tierra está viva y cuando le
place nos da sustos, como el de hoy, o grandes tragedias, desgraciadamente.
Somos tan poca cosa los humanos que pisamos sobre la Tierra. Para el inmenso
mundo que nos acoge no somos mucho más que una hormiga. No tendríamos que
olvidarlo nunca y bajar un poco del pedestal donde nos hemos subido en nombre
de una supuesta inteligencia.
-¡Caramba, Pilar! ¡Estás entonadísima hoy! Parece que los terremotos en
medio de la madrugada te inspiran, ¿eh?
-Calla, calla, que ya me inspiro sola y sin necesidad de terremotos. Si
quiero bailar ya lo haré con música de la gran Lola Flores...
-¿Te gusta Lola Flores? ¡Ja ja ja! ¡Ahora sí que me has hecho reír!
-Me encantaba cuando era jovencita. ¡Tenía tanto poderío!
-¡Eso es cierto! Una mujer como pocas. ¡Más o menos como tú!
-¡Gracias, Consuelito! ¡Tú también eres fantástica!
Afortunadamente, desde aquella
noche no hemos vuelto a sufrir ninguna sacudida de la Tierra. Por cierto, al
día siguiente, a pesar de haber descansado mal, la ínclita y querida doña Pilar
y su marido se fueron a visitar la Sagrada Familia, y no fueron solos.
Finalmente, yo también me apunté a la salida mientras Benet estaba en la
Universidad. Después de la boda de mi consuegra no había visitado ningún otro
templo religioso. Me abstendré de comparar la Catedral de la Almudena con la
obra maravillosa, aunque inacabada, del grandioso y único, arquitecto catalán
Gaudí. En el próximo episodio hablaremos de la magnífica excursión.
GIUSEPMARIA@HOTMAIL.COM
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