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UNA VISITA ILUSTRE
(5. FINAL TRÁGICO)
Tengo la piel de gallina, las
manos con las que intento escribir hechas un gran temblor y el ánimo otra vez
encogido. No tengo buenas noticias. Sí, puedo leer vuestro pensamiento:
"para variar". ¡Tenéis razón! Qué más quisiera que trasmitir sólo
buenas y alegres novedades, pero entonces no estaríamos hablando del mundo
real, estaríamos situados en un mundo de hadas y príncipes azules. ¡La vida es otra
cosa muy diferente, ya lo sabéis muy bien!
Intentaré hacer de tripas
corazón y seguir escribiendo, aunque lo que estoy a punto de daros a conocer me
llena de una profunda tristeza -mi vieja conocida- y hasta de desesperación.
Amigas, y algún amigo, que me hacéis la merced de leer este embrollo de
palabras con sentimientos, algunas incluso conexas y con sentido, don Eusebio,
el hombre que casó a mi hija en dos rounds, el hombre que el amor por doña
Pilar alejó del sagrado ministerio de la iglesia, el hombre que sobrevivió a un
terremoto y hasta a una carrera alocada ante la fachada de la pasión de la
Sagrada Familia, ha fallecido! Sí, la terrible ironía del destino ha hecho que
este santo varón encontrara su trágico final justamente ante la tumba del mito
Gaudí, situada en la Cripta del magnífico Templo Expiatorio de la Sagrada
Familia. Un hombre como él, que dedicó prácticamente toda su vida a la Iglesia,
ha encontrado la muerte en este santo recinto y ante los restos de una figura
que algunos han llamado el arquitecto de Dios.
No me siento con fuerzas de entrar en los detalles
de cómo ha ocurrido el terrible suceso, pero creo que querréis, al menos, una
aproximación a los luctuosos hechos. Llegaré hasta donde mi dolorido ánimo me
permita en esta dura narración.
Sabéis muy bien que los últimos
días en nuestras vidas han sido muy agitados, y no sólo en sentido figurado. El
episodio que don Eusebio vivió en torno a la pérdida de la cartera le afectó
terriblemente, y no sólo en el plano moral. Físicamente era un hombre un poco
descuidado y esto seguramente que le acabó pasando una enorme factura. La
persecución a la chica, la tensión vivida en la comisaría, sumado, seguramente,
a la desazón de la noche anterior en casa con el temblor de tierra, pueden
haber sido definitivas en su trágico final sobre la granítica losa que cubre la
tumba de Antoni Gaudí.
Después de pasar un terrible
rato en la comisaría, fuimos a intentar quitarnos la tensión paseando un rato
por el histórico barrio gótico de Barcelona. Realmente sirvió de bálsamo,
aunque en la cara de don Eusebio en ningún momento se vio ningún síntoma de
alegría. El consuegro lo estaba pasando muy mal, aunque el final del triste
episodio hubiera sido aparentemente afortunado.
A la hora de comer, se unió a nosotros
mi querido Benito. Ciertamente, se quedó muy sorprendido cuando conoció el mal rato
que habíamos pasado por la mañana. En la Barceloneta hicimos una buena comida
marinera. Posiblemente debido a la tensión vivida nos sentíamos prisioneros de
un hambre infinita y realmente nos hartamos de comida sin miramientos. El caso
más extraordinario fue el del propio don Eusebio que, como dicen por tierras
alicantinas, "comió por quince". ¿Quién iba a sospechar que era su
última comida en este valle de lágrimas? Realmente daba la impresión que, de
alguna forma, intuía lo que se le avecinaba porque parecía decidido a darse el
hartón de su vida como quien acumula víveres para iniciar un largo viaje.
Doña Pilar no daba crédito a sus
ojos y advirtió a su marido en más de una ocasión sobre su nivel alto de
colesterol, sobre sus problemas de presión sanguínea, sobre su diabetes y un
largo etcétera de problemas de salud que arrastraba. El ex-cura, sin embargo,
en ningún momento hizo caso de los sabios consejos de su esposa y siguió
devorando plato tras plato sin atender a razones. Parecía un náufrago recién
llegado al mundo civilizado.
Por la tarde, con energía
suficiente para escalar el Everest por la cara Norte, nos dirigimos de nuevo
hacia la Sagrada Familia con la intención de terminar el trabajo que infructuosamente
habíamos iniciado por la mañana. No fue, seguramente la mejor idea, pero doña
Pilar sentía una gran necesidad de pisar la obra del genial Gaudí y forzó la
máquina, aunque su marido no era nada partidario de volver al lugar de los
hechos. El recuerdo del mal rato vivido era todavía muy fresco. A pesar de todo,
se acabó imponiendo el criterio de su esposa, como casi siempre en un
matrimonio de personalidades muy desiguales, y finalmente fuimos a visitar el
templo.
La presencia de un historiador
como es Benito estaba haciendo muy amena la visita hasta que todo se fue al
traste espantosamente. Después de admirar la grandeza y la belleza del bosque,
nunca mejor dicho, de columnas de la nave central, Benito tuvo mucho interés en
que nos desplazáramos a visitar la tumba de Gaudí, situada en la Cripta. Ante
el lugar donde descansan los restos de un hombre admirado mundialmente, nos
explicó que el genio del Modernismo arquitectónico murió a causa del atropello
de un tranvía y que, desafortunadamente, sus vestiduras y su aspecto, muy
cercano al de un mendigo, provocó que tardara mucho en ser atendido. Justo
cuando nos estaba dando a conocer que Gaudí pasó largo rato en el suelo y que
hasta el conductor del tranvía lo apartó de la vía para seguir trayecto sin más
novedad, don Eusebio se desplomó, parece ser que motivado por un fulminante
ataque al corazón y cayó de frente sobre la pétrea losa de la tumba sin que
ninguno de los presentes pudiera hacer nada para evitarlo.
Seguramente que no será
necesario que os diga que a partir de ese momento todo entró en una deplorable
dimensión conocida para mí. Gritos, carreras, lloros, desesperación, impotencia...
¡No es necesario que siga! El descalabro emocional que ocurre cuando una
persona fallece estaba servido. Doña Pilar, incapaz de asimilar la magnitud de
la tragedia que sus ojos le mostraban, se desmayó de una forma tan aparatosa
como conmovedora. El espectáculo a los pies de la tumba del eminente arquitecto
hizo que rápidamente un montón de turistas dejaran de admirar la belleza del
arte en piedra y cristal de aspecto eterno, para pasar a contemplar la dureza
del final de un ser efímero como nosotros. Qué tristeza más grande cada vez que
comprobamos nuestra terrible debilidad. ¡No puedo seguir! ¡Perdonad!