LA CONDICIÓN HUMANA
(4. HABLANDO Y RAZONANDO, LA GENTE SE ENTIENDE)
Sí, hablando, y sobre todo
razonando, la gente se entiende. He añadido este "razonando" a la
famosa expresión porque me parece fundamental. No sé si os ha ocurrido nunca de
estar hablando horas y horas con una persona sobre un tema preocupante que
afecta a las dos partes y descubrir, al final de la conversación, que no ha
servido para nada. Sí, se ha hablado un montón, pero ¿se ha razonado o
simplemente se han mantenido las posiciones invariables? Bueno, generalmente
intento valorar los argumentos del otro, pero también reconozco que a veces
están tan alejados de los propios que renuncio finalmente a modificar los
propios ante la muralla que encuentro delante.
Bueno, toda esta introducción
quizá algo sobrante (¡Si saco todo lo que está de más en el libro quizá sólo
quedará la portada!) pretendía dar pie a la narración del intento de resolución
de un problema que os presenté hace poco que tenía a mi amigo Marcelo como
principal y, triste, protagonista. Recordaréis que usé palabras pomposas, y
quizás tal vez un poco exageradas, aunque con una base cierta, para definir la
situación que había vivido como de discriminación por razón de sexo. Pues bien,
las cosas, como os avanzaba, se han intentado encauzar este mismo fin de semana
con esfuerzo por las dos partes.
El sábado por la mañana recibí
una llamada de un hombre que había caído en pocas horas desde el lugar de
privilegio donde tengo las buenas amistades de XOXXIAL, hasta el cajón de las
menos tratadas, dado el caso que ya conocéis. Sus palabras reconciliadoras
realmente me supusieron una alegría porque me sabía muy mal el callejón sin
salida en el que había entrado nuestra amistad, pero si no se quería
"rebajar" a verme por miedo a que su mujer se inquietara yo no podía
hacer nada. Me entendéis, ¿no?
-¡Hola, Consuelo! Este mal momento que pasa la que, no hace mucho tiempo, era
una buena amistad me está enfermando. Yo no quería que las cosas se torcieran
así pero me vi obligado a tomar una determinación nada fácil...
-Bueno, tú elegiste dejarme de lado para no incomodar a tu mujer. Lo cual
se entiende perfectamente porque lo último que querría es causar ningún
problema en tu matrimonio. Precisamente por eso, porque yo no busco nada más
allá de una buena amistad, me ha molestado profundamente que me tomarais por
una fresca que va detrás de un hombre casado. Yo tengo mi pareja y estoy muy
contenta y profundamente enamorada. No te ofendas, pero tú no eres el tipo de
hombre que vería bien como pareja, aunque no tuviera. Se puede ser un magnífico
amigo, pero no encajar como hombre con el que una se acostaría. ¿De acuerdo?
-Te entiendo perfectamente y valoro mucho tu franqueza. Yo sólo quería
decirte que había pensado hacerte un desagravio proponiéndote un encuentro de
los dos matrimonios en algún local de Barcelona. Los cuatro ante un mantel y alguna
delicia culinaria podemos conseguir limar las tensiones creadas en nuestra
amistad y ensancharla a nuestras parejas. Mi mujer es una persona excepcional.
Creo que os podríais hacer buenas amigas.
-Tu propuesta me parece un paso adelante muy interesante, Marcelo.
Realmente valoro tu intento de llevar las cosas de vuelta a donde estaban y de donde
no tenían que haberse movido nunca. No sé, sin embargo si es una solución buena
porque cuando una persona es celosa puede ver cosas extrañas en cualquier
momento y situación. Tu mujer puede pensar que estamos tan desesperados por
vernos que incluso estamos dispuestos a montar un encuentro de matrimonios para
hacerlo posible.
-Sí, tienes razón. Existe ese riesgo, pero es la única manera de vencer
este inconveniente que injustamente te imposibilita de conocerme, de
conocernos. Debo decirte que ya le he dejado caer la idea y mi mujer se ha
mostrado abierta al encuentro. Seguramente que quiere inspeccionar el terreno,
no te lo puedo negar. Esto te puede incomodar un poco, pero tienes que entender
que me quiere mucho y no me quiere perder. El sentimiento de los celos es
incontrolable y hay quien lo tiene más desarrollado y quién menos. Ella es de
las que se le desborda fácilmente, como ya sabes.
-Bueno, aunque sea por el gran esfuerzo que has puesto para hacer posible
que nos conozcamos personalmente, no me puedo negar. Si tu mujer me quiere
mirar con lupa, que me mire. Yo, por mi parte no tengo ningún inconveniente en participar
en el encuentro, pero yo no llevaré lupa, como tampoco lo hará mi querido
Benito.
Y, finalmente, el encuentro se
realizó. ¿Qué opináis? ¿Creéis que fue bien la cosa? ¿Hubo escena de celos? ¿Surgieron
tensiones y problemas diversos? ¿Hubo interrogatorios? Será mejor que sigáis leyendo
y veréis cómo empezó y, sobre todo y más importante, cómo terminó el encuentro.
La cita entre las parejas se
inició ante la puerta de un restaurante del centro de Barcelona. Lo primero que
me quedó claro es que si Marcelo se caía por los suelos no sería porque no lo tuviera
bien sujeto su mujer. ¡O se caían los dos, o no se caían! Pensaba que no lo
soltaría ni para saludarnos y darnos el abrazo de rigor y unos besos.
Extrañamente lo dejó durante unos segundos mientras hacíamos el, aun así,
entrañable saludo. Me alegró mucho verlo en persona y hasta estoy por decir que
las caras de desconfianza de su mujer mientras él y yo cruzábamos palabras
amables me pasaron por alto dada la emoción de encontrarme al amigo cara a cara
después de los problemas surgidos. Bueno, me pasó sólo un poco por alto, como
se puede comprobar de mis palabras.
Aunque parezca increíble,
teniendo en cuenta los antecedentes, Marcelo pudo comer sin ayuda de su mujer
que, por cierto, se mantuvo toda la comida a un escaso palmo de su marido,
aunque la mesa era para seis, como mínimo. Más de una vez recibió un supuestamente
accidental -¡y merecido!- codazo de su marido en la dura tarea que mi amigo
tenía por delante a la hora de cortar el entrecot que tenía en el plato.
La parejita, en una conversación
iniciada por Raquel, hizo una demostración de amor mutuo exagerado que Benito y
yo no empezamos a aplaudir fervientemente por respeto a los demás comensales
del local.
-¡Marcelo y yo somos una pareja muy feliz! Yo lo quiero con locura y él a
mí me idolatra. ¿No mi amor?
-¡Claro, querida! Yo no sería nadie sin ti. ¡Soy un hombre tan afortunado
de tenerte!
-¡Y yo también, azucarillos mío! Soy la mujer con más suerte del mundo y no
quiero perderte nunca. Como dijimos el día de nuestra boda, "hasta que la
muerte nos separe" ¿A que sí, mi amor?
-¡Claro, palomita mía!
Tenía la impresión de haberme
caído, por accidente, dentro de la trama de una novela rosa barata. ¡Qué exageración
Dios mío! Y lo más gracioso y lamentable era ver las caras que ponía la mujer,
dirigidas a mí, mientras iba afirmando su amor absoluto e insobornable por su
marido. Unas miradas que, convertidas en palabras, podríamos resumir en algo
parecido a: "¿Te has fijado bien en cómo nos queremos?". "¡Que
no se te ocurra pasarte ni un pelo o defenderé mi amor por Marcelo con uñas y
dientes!" No me diréis que no tenía gracia la situación, por decirlo con
buen humor.
Hablando de comidas, está a punto
de llegar a casa el hombre más maravilloso del mundo. El hombre con el que
quiero pasar el resto de mi vida. Sí, el bombón más dulce de la bandeja. Y de
bombones últimamente entiendo, ¿eh? ¡Ja ja ja! Creo que voy a lavarme los
dientes urgentemente. ¡Tanta dulzura no puede ser buena! El próximo día os
acabo de contar el encuentro. Queda aún alguna anécdota más antes que os
desvele cómo terminó la cita a cuatro. ¡No os lo perdáis! Es el penúltimo
episodio del libro. Parece que fue ayer que empecé llena de ilusión a escribir las
primeras frases del libro cuarto. ¡Y mira si han pasado cosas mientras! Si lo
leyera en una novela pensaría que es todo inventado. ¡O casi todo!¡De verdad os
lo digo!
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